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Conocimiento contemporáneo sobre Dios, la evolución y el significado de la vida humana.
Metodología del desarrollo espiritual.

 
Infierno y paraíso
 

Las Enseñanzas originales de Jesús el Cristo/Infierno y paraíso


Infierno y paraíso

Aparte de los eones de los «Cielos» anteriormente mencionados y el plano material, existen otras dimensiones espaciales que se encuentran en el otro extremo (con relación al Creador) de la escala de sutileza-grosería. Estas dimensiones son los estratos del infierno.

Uno puede experimentarlos en ciertos sitios de poder negativos.

Los sitios de poder [7] se caracterizan por el predominio en éstos de uno u otro tipo de energía de los mundos no materiales que influye sobre el estado de los seres encarnados, incluyendo a las personas.

Los sitios de poder se clasifican en positivos y negativos según su influencia positiva o negativa, respectivamente. Existen sitios de poder positivos, sumamente favorables para diferentes tipos de trabajo espiritual o para la sanación. En cambio, algunos sitios de poder negativos permiten conocer la vida en diversas variantes del infierno.

Las dimensiones de los sitios de poder pueden variar desde un metro hasta muchos kilómetros.

Para nosotros es fundamental entender ahora qué es lo que determina el estado de una persona y la dimensión espacial —paradisíaca o infernal— en la cual esta persona se encontrará después de la muerte de su cuerpo material. La respuesta es muy simple: una persona permanece en el «otro mundo» en el mismo estado de la conciencia al cual se acostumbró mientras vivía en su cuerpo material y seguirá en ese estado hasta su próxima encarnación, es decir, durante centenares de años normalmente. ¡Por eso es tan importante aprender a controlar las propias emociones y no vivir como un animal reaccionando de manera refleja a los factores exteriores agradables y desagradables y a los impulsos que vienen de la profundidad del propio cuerpo!

Todos los estados emocionales pueden clasificarse según la escala de sutileza-grosería.

Los estados más groseros son el odio, la furia, el enojo, el horror, el miedo, la desesperación, la ansiedad, los celos, la tristeza, el resentimiento, la sensación de estar oprimido por alguien, el pesar de la separación, etc.

Los estados de rango medio son la prisa, la impaciencia, la excitación por el trabajo o deporte, la lujuria sexual (deseo apasionado), etc.

Los estados elevados de la conciencia son la ternura (incluyendo la sexualmente coloreada) y los estados que surgen cuando uno se sintoniza con los fenómenos armoniosos de la naturaleza (por ejemplo, la mañana, la primavera, la comodidad, la calma, las canciones de los mejores pájaros cantores, los juegos de los animales, etc.) o con las obras correspondientes de diversos géneros de arte.

También existen los estados de la conciencia aún más elevados que no están entre las emociones terrenales y que no pueden ser provocados por ninguna cosa terrenal. Estos estados pueden conocerse únicamente en las meditaciones más altas de Unión con los Espíritus Santos y con Dios Padre en Su Morada.

Cada uno de los tres grupos de estados mencionados tiene su propio nombre. El primer grupo se llama tamas, el segundo (intermedio), rajas y el tercero, sattva. Tamas, rajas y sattva son cualidades terrenales y se denominan gunas, mientras que las categorías más altas son «superiores a las gunas».

Haciendo esfuerzos espirituales, una persona puede ascender de una guna a otra y a los niveles más altos. Pero también puede descender.

Debemos tener en cuenta que en este caso no se trata sólo de una facultad de experimentar unas u otras emociones, sino de los estados habituales de la conciencia. El estado que sea habitual para una persona en el momento en el que ella se separa de su cuerpo material es lo que determina su destino, posiblemente, por centenares de años.

Pensemos si quisiéramos quedarnos por tan largo tiempo en los estados del primer grupo entre seres semejantes. Esto es lo que constituye el infierno.

Además, es una equivocación culpar a otras personas o a las circunstancias por nuestras emociones negativas. Pues nosotros mismos nos sintonizamos con estas personas malas o circunstancias en vez de sintonizarnos con Dios y con lo Divino, lo que puede salvarnos del infierno.

El apóstol Pablo habló así sobre esto: «(…) ¡Aléjense del mal, apéguense al bien!» (Romanos 12:9)

Con el mismo propósito es fundamental observar también los siguientes principios:

«¡Amen a sus enemigos! ¡Bendigan a los que los maldicen! ¡Hagan el bien a los que los odian y oren por aquellos que los ultrajan y los persiguen! (…)» (Mateo 5:44)

«¡Reconcíliate con tu adversario pronto! (…)» (Mateo 5:25)

«¡Bienaventurados los pacificadores! (…)»* (Mateo 5:9)

«(…) No te resistas a una persona mala. Por el contrario, si alguien te abofetea en la mejilla derecha, vuélvele también la otra. Y si alguien te pone pleito para tomar tu túnica, déjale también la capa. Y si alguien te obliga a caminar con él una milla, ve con esta persona dos» (Mateo 5:38-41).

«¡No juzgues! (…)» (Mateo 7:1)

«(…) ¡No condenes! (…)» (Lucas 6:37)

«(…) ¡No teman a los que matan el cuerpo, pero no pueden matar el alma! (…)» (Mateo 10:28)

«(…) A todo el que te pida, dale, y al que te quite lo que es tuyo, no se lo reclames» (Lucas 6:30).

«¿Quién es sabio y entendido entre ustedes? Que lo demuestre con su buena conducta y con su sabia mansedumbre. Pero si tienen amarga envidia y carácter pendenciero (en lugar de amor), no se jacten ni mientan contra la verdad. ¡Esta “sabiduría” no es la que viene de lo alto, sino que es terrenal, (…) diabólica (…)!» (Santiago 3:13-15)

«¡Quien dice que está en la luz y odia a su hermano, está todavía en la oscuridad!» (1 Juan 2:9)

«¡Bendigan a los que los persiguen, bendigan y no maldigan! (…)

»¡No paguen a nadie mal por mal, pero procuren hacer el bien delante de todos!

»¡No tomen venganza! (…)

»Si tu enemigo tiene hambre, dale de comer; si tiene sed, dale de beber (…).

»¡No seas vencido por el mal! ¡Por el contrario, vence el mal con el bien!» (Romanos 12:14-21)

«Y tú, ¿por qué juzgas a tu hermano? (…) ¡Cada uno de nosotros dará a Dios cuenta de sí! ¡Así que no nos juzguemos más los unos a los otros! ¡Más bien, procuremos no poner algún tropiezo u ocasión de caer al hermano!» (Romanos 14:10-13)

«(…) ¡Si alguien es sorprendido en algún pecado, ustedes, que son espirituales, restáurenlo con espíritu de mansedumbre. ¡Pero cuídese cada uno de no ser tentado también!» (Gálatas 6:1)

«¡Que ninguna palabra corrompida salga de sus bocas, sino sólo la que sea buena (…), que imparta gracia a los oyentes!» (Efesios 4:29)

«(…) ¡Abandonen (…) ira, rabia, maldad, maledicencia y el lenguaje obsceno!» (Colosenses 3:8)

«¡No devuelvan mal por mal ni insulto por insulto! (…)» (1 Pedro 3:9)

«(…) ¡Quien odia a su hermano está en la oscuridad, y anda en la oscuridad, y no sabe adónde va, porque la oscuridad ha cegado sus ojos!» (1 Juan 2:11)

«Tales acciones no ayudarán a su salvación, sino que les llevarán al estado de degradación ética, en el cual el robo, la mentira y el asesinato son considerados como actos valientes.

»Con todo, hay un milagro que cada uno puede realizar. Es cuando esta persona, llena de una fe sincera, decide erradicar (dentro de sí) (…) todos los pensamientos malos y abandona los caminos de iniquidad con el fin de alcanzar la meta» (La Vida de San Issa, 9:17; 11:8).

Posiblemente, alguno de los lectores pueda objetar: «¡Pero es egoísmo apartarse del mal y preocuparse sólo por la propia salvación! ¿Y qué, dejamos a la gente malvada seguir haciendo lo mismo?».

Usted está equivocado. En este caso, estamos hablando primeramente sobre los estados de la conciencia, y cabe destacar que, si es nuestro deber, podemos luchar contra los delincuentes, contra la conducta humana más abominable sin odio, ira o aversión, permaneciendo, por el contrario, en un estado de tranquilidad emocional y de sintonización con lo Divino. En cambio, a través de las emociones infernales, nos hacemos daño tanto a nosotros mismos como a los demás.

Pues debemos tener en cuenta que las emociones fuertes se agitan no sólo dentro del cuerpo, sino que también a su alrededor, creando campos energéticos negativos que afectan el estado de otras personas y a veces incluso pueden provocarles enfermedades.

Si somos seguidores de los principios del Cristo, no participaremos con nuestras emociones en conflictos terrenales y así no nos acostumbraremos a nosotros mismos ni a las demás personas al infierno.

Permítanme repetirlo una vez más. No estoy aconsejando que todos se aparten de la vida social y de las necesidades de otras personas, y no sólo de las personas. «¡No hay amor más grande que dar la propia vida por los amigos!» (Juan 15:13), dijo Jesús. Sin embargo, al hacerlo, no debemos experimentar el odio, la ira o el desprecio, sino que debemos experimentar la tranquilidad y el amor y dirigir nuestra atención al Padre Celestial, nuestra Meta Más Alta. Así es como Jesús el Cristo iba a Su muerte en la cruz.

Mientras estemos en cuerpos materiales, podemos cambiar a voluntad nuestros hábitos de permanecer en unos u otros estados emocionales. Lo podemos hacer, entre otras maneras, mediante los métodos de autorregulación psíquica y mediante diversas técnicas meditativas. También podemos recibir ayuda de otras personas para intentar llegar a ser mejores. No obstante, una vez que el cuerpo se haya muerto es imposible cambiar el propio estado y entonces nadie podrá ayudar. Jesús el Cristo no sacó a los pecadores del infierno, ni tampoco lo pueden hacer las oraciones de los santos o de alguien más. Sólo la persona misma durante la vida en su cuerpo material puede transformarse y cambiar su destino.

* * *

Las imperfecciones (o defectos, cualidades negativas) que tenemos afectan nuestros destinos en las encarnaciones actuales y futuras. Por ejemplo, si una de nuestras cualidades es ignorar el dolor ajeno y causarlo a otros seres vivos (entre los cuales no están sólo las personas), entonces Dios va a desacostumbrarnos de esto. ¿Cómo? Poniéndonos en situaciones en las cuales nosotros mismos padeceremos dolor para que podamos —sintiéndolo— aprender a compadecernos del dolor de los demás. Así es como los defectos que tenemos empeoran nuestros destinos y crean para nosotros un infierno en la Tierra, en el cual será mucho más difícil refinar nuestras emociones.

Entonces ¿qué debemos hacer ahora para liberarnos de los defectos que nos destruyen? ¡Arrepentirnos!

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Las Enseñanzas originales de Jesús el Cristo
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