Las Enseñanzas originales de Jesús el Cristo/Liberación de las enfermedades Liberación de las enfermedadesSomos los culpables de todas nuestras enfermedades, las cuales, sin embargo, aparecen debido a diversas causas creadas por nosotros mismos. El abandono del cuidado del propio cuerpo es una de éstas. Dijo Jesús: «¿Por qué lavan el interior de la copa y no entienden que Quien hizo el interior también hizo el exterior?» (El Evangelio de Tomás, 89). La falta de conocimiento médico elemental, el no seguir las reglas simples de higiene corporal, el fumar, la borrachera, la nutrición con cadáveres de animales a pesar de los consejos de Jesús (ver más detalles sobre esto más adelante): todas estas son causas éticas de enfermedades. Pues simplemente el lavar el cuerpo entero con jabón todas las mañanas, si existe tal posibilidad, ayuda a que el estado de todo el organismo mejore y sea más saludable. Además, si uno deja de comer cuerpos de animales muertos, podrá liberarse de muchas enfermedades del sistema digestivo, vascular y nervioso, porque en este caso el organismo dejará de contaminarse con sales de ácido úrico y con las energías siniestras que permanecen en los cadáveres de los animales a partir de su muerte. Hay también enfermedades congénitas, enfermedades causadas por traumatismos o accidentes, enfermedades infecciosas, enfermedades oncológicas y otras que, según parece, no son responsabilidad directa del enfermo. Pero esto es solamente una impresión aparente: uno siempre podrá encontrar la racionalidad objetiva de estos casos al investigarlos profundamente. Por ejemplo, Dios decidió detener a una persona en alguna de sus actividades para hacerla pensar, para dirigirla a estudiar las razones y los mecanismos de su enfermedad desde el punto de vista médico, ampliando su horizonte y desarrollando su intelecto. O fue necesario mostrarle al que mutiló a alguien en su vida pasada cómo es ser un inválido o un mutilado. Aparte de esto, existen casos en los que una persona se enferma con el fin de encontrarse con alguien y recibir el despertar espiritual de él o ella. También hay enfermedades de naturaleza puramente energética, por ejemplo, aquellas que surgen como resultado de una incompatibilidad energética de los compañeros sexuales o debido a las cualidades diabólicas de algunos familiares o colegas de trabajo. A veces uno debe percibir esto como un «empujón» de Dios para cambiar drásticamente la situación de su vida, mudándose, pasando a otro trabajo, etc. También una enfermedad puede llevar a contactos útiles con sanadores. Y ciertamente muchas personas recibieron el despertar espiritual gracias a ellos. Con la ayuda de enfermedades graves, Dios hizo que muchos se volvieran a Él, cuando dirigirse hacia Él era la única esperanza para el alivio. Algunas de estas personas fueron sanadas poco después de esto; otras mejoraron el destino para la encarnación futura formando la orientación inicial hacia Él. En ambos casos fue bueno. Sin embargo, habría sido mejor si ellas lo hubiesen hecho voluntariamente, sin la enfermedad. Jesús y Sus discípulos realizaron milagros de curación con dos propósitos: 1) mostrar a las personas los hechos de los milagros y despertarlas por medio de éstos a los esfuerzos espirituales y 2) atraer la atención de las personas al sanador y hacer que lo escuchen. Jesús dijo dirigiéndose a Dios Padre: «(…) ¡Tu Hijo Te glorificará a Ti, porque Tú Le has dado autoridad sobre toda la carne! (…)» (Juan 17:1-2), y dirigiéndose a las personas: «El Padre, Quien mora en Mí, es Quien hace las obras. ¡Créanme que Yo estoy en el Padre y el Padre está en Mí! (…)» (Juan 14:10-11). Con todo, la situación para las personas sanadas no siempre es simple, ya que muchas de ellas reciben la curación sin haberla merecido. En este caso, la curación se les da «por anticipado». Si ellos cambian su vida, todo irá bien; si no cambian, la situación se pondrá aún peor. Por eso a algunos de los sanados Jesús les dijo: «¡Ánimo, hija! ¡Tu fe te ha salvado!» (Mateo 9:22), pero a otros: «Mira, has sido sanado. ¡No peques más para que no te sobrevenga algo peor!» (Juan 5:14). Muchas curaciones realizadas por Jesús y Sus Apóstoles estuvieron relacionadas con la expulsión de los demonios (Mateo 8:16; 8:28-34; 9:32-34, etc.). Con relación a esto, tiene sentido discutir qué son los demonios. Los demonios y diablos son habitantes del infierno. Ellos pueden ser —según sus encarnaciones anteriores— personas o animales de diversas especies biológicas: monos, cocodrilos, perros, conejos, ranas, etc. Todos ellos están asociados por el hecho de que durante la última encarnación disfrutaron haciendo daño a otros seres, desarrollaron las facultades correspondientes y cayeron, como resultado de esto, en el infierno. En este estado ellos son usados por Dios para corregir a las personas encarnadas. Los diablos son energéticamente más poderosos que los demonios. Ellos pueden ser personas que se desarrollaron «con éxito» en magia negra o las víctimas de instructores, perniciosamente imprudentes, de métodos esotéricos. Normalmente, es posible ver (con clarividencia) a los demonios y diablos en la apariencia que ellos tenían en la última encarnación o en la forma de una condensación de energía negra, semejante a una ameba, que se mueve o que se encuentra inmóvil en algún órgano del cuerpo. También ellos pueden tomar una apariencia ajena. Por lo común, los demonios intentan evitar la influencia del sanador dirigida hacia ellos. Para esto empiezan a moverse dentro del cuerpo de la persona poseída y tratan de esconderse en alguna parte, pero después «se rinden» y abandonan el cuerpo. A veces un sanador se encuentra con un espíritu-diablo especialmente fuerte que opone una gran resistencia energética, la cual no todo sanador puede soportar. También ocurre que los demonios pasan al cuerpo del sanador si éste, deseando ayudar vehementemente a un paciente que no merece la sanación, lo hace sin la aprobación de Dios. Esto se llama «tomar el destino ajeno (karma) sobre sí mismo». En tal caso, el sanador tiene que sanarse a sí mismo. Es importante entender que los demonios y diablos no entran en los cuerpos de las personas por su propia voluntad, sino que son enviados por Dios. Y de ninguna otra manera, sino sólo por Su Voluntad, ellos pueden dejar para siempre el cuerpo del poseso. Sin embargo, para esto el enfermo debe tomar las decisiones correctas. Un procedimiento típico para expulsar a los demonios y diablos que la iglesia ortodoxa rusa ofrece a tales personas poseídas es el exorcismo. Éste es un ritual especial en el cual un sacerdote dirige su odio hacia los demonios y recita, entre otras, oraciones-condenaciones especiales. Estas batallas mágicas se ven muy impresionantes: tanto los demonios como los posesos se sienten mal, los demonios se manifiestan a través de los cuerpos de los posesos llorando, dando calambres; el templo se llena de ladridos, chillidos, palabras obscenas vomitadas por voces groseras de varón desde los cuerpos femeninos… Pero aunque los demonios salen de los cuerpos de los posesos, ellos regresan pronto, porque los posesos todavía no tomaron ninguna decisión correcta. Jesús dijo sobre esto lo siguiente: «Cuando un espíritu impuro sale de una persona, este espíritu camina (…) buscando reposo y no lo encuentra. Entonces dice: “Volveré a mi casa de donde salí”. Y cuando llega, la encuentra vacía (para entrar de nuevo) (…); entonces (…) trae consigo a siete otros espíritus más malignos que él y, entrando, se quedan a vivir allí. Y lo último resulta ser para esta persona peor que lo primero. (…)» (Mateo 12:43-45). Como vemos, Jesús estaba en contra de tales métodos de curación. ¿Qué debe hacer un poseso para sanarse? En primer lugar, no debe odiar ni temer, puesto que las energías de las emociones humanas groseras son agradables y atractivas para los habitantes del infierno. Ellos provocan tales emociones en las personas para luego disfrutar de sus estados infernales. Jesús dijo: «(…) Este género no sale sino con oración y ayuno» (Mateo 17:21), es decir, a través de limitar los placeres terrenales y dirigir la atención hacia Dios. Debo añadir además que el arrepentimiento es un componente esencial del ayuno. Por ejemplo, es posible que quienes torturan ahora al poseso se hayan desencarnado dolorosamente debido a esta persona. De cualquier manera, todos los principios éticos que Jesús enseñó no sólo son válidos para los seres encarnados, sino también para los no encarnados. Y si el poseso realiza el trabajo necesario de arrepentimiento, entonces los espíritus-poseedores (los demonios o diablos) pueden ser persuadidos, de una manera amable, a trasladarse a algún otro lugar agradable para ellos. Por ejemplo, a un cocodrilo, uno puede mostrarle, usando las visualizaciones correspondientes, qué bueno sería vivir en un río con otros cocodrilos e incluso puede proponérsele encarnar allí y volver a ser un lindo cocodrilo bebé. Si los poseedores son perros malos, entonces uno puede enviarlos a un matadero pintando para ellos sus «atractivos». Se podrá enviar a las ranas a un simpático pantano lleno de otras ranas… Todo esto no es una fantasía, sino mi experiencia personal de curación exitosa. Sin embargo, la solución principal para evitar la influencia de habitantes del infierno es trasladarse, con la mayor parte de la conciencia, a las dimensiones espaciales más altas, es decir, «nacer allí de nuevo» y luego seguir creciendo. Los habitantes del infierno no pueden entrar en estos eones. Además, está claro que no debemos volver a pecar, para no forzar a Dios a causarnos nuevos problemas. «¡Los poderes (del infierno) no ven y no pueden capturar a aquellos que se han vestido con la Luz perfecta!» (El Evangelio de Felipe, 77) «Con frecuencia vienen algunos y dicen: “¡Nosotros somos creyentes!” para liberarse de espíritus impuros y demonios. ¡Pero si ellos hubieran tenido al Espíritu Santo, ningún espíritu impuro se les habría adherido!» (El Evangelio de Felipe, 61) «(…) Hay un milagro que (cualquier) persona puede realizar. ¡Tiene lugar cuando uno, lleno de una fe sincera, decide desarraigar del alma todos los pensamientos malos y con el fin de alcanzar la Meta, abandona los caminos de la iniquidad!» (La Vida de San Issa, 11:8)
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